A veces te encontrás diciendo que sí cuando en realidad querías decir que no. Te descubrís resolviendo problemas ajenos, aunque estés agotada. Sentís culpa por poner límites o por priorizarte. Y aunque no siempre podés explicarlo con claridad, hay una raíz profunda que sostiene todo eso.
Esa raíz puede tener nombre: parentalización. Es decir, haber asumido, en tu infancia, roles de cuidado, contención o responsabilidad que no te correspondían. Es muy común en entornos donde los adultos estaban emocionalmente ausentes, eran inestables o simplemente no sabían cómo estar disponibles.

El precio de crecer antes de tiempo
Tal vez creciste en un hogar donde el caos emocional de los adultos te empujó a madurar antes de tiempo. Donde aprendiste que había que estar alerta, ser funcional, sostener. Donde no hubo espacio para el juego, la ternura o el descanso emocional.
Aprendiste que, para ser vista, tenías que ser útil. Que, para recibir afecto, debías portarte bien, cuidar, atender, callar lo que sentías. Que, si no sostenías tú el sistema familiar… todo se venía abajo.
Y todo eso quedó grabado. Como una brújula interna desajustada, que te sigue empujando a hacerte cargo, incluso cuando ya no hace falta. Incluso cuando duele.
Hoy, como adulta, ese patrón sigue presente
Tal vez te encontrás acompañando a tu madre emocionalmente, conteniendo a tu pareja más de la cuenta, o resolviendo constantemente la vida de tus hijos o amigas. Tal vez sentís que si no estás disponible para todos, algo malo va a pasar. O que, si descansás, sos egoísta.
Pero vivir así tiene un costo emocional muy alto:
- Te agotás emocionalmente.
- Te sentís responsable de todo… y sola.
- Te cuesta pedir ayuda o mostrarte vulnerable.
- Te olvidás de vos misma.
- Y te perdés en vínculos que no te devuelven lo que das.
Sanar es volver a vos
Sanar no significa culpar a nadie, ni rechazar tu historia. Significa poder mirarla con amor, reconocer que hiciste lo mejor que pudiste… pero también entender que ya no sos esa niña. Que hoy podés soltar roles, elegir distinto, y cuidarte con ternura.
Sanar es dejar de intentar salvar a todos para empezar a salvarte a vos. Es permitirte no saber, no poder, no estar siempre disponible. Es recordar que el amor no se sostiene desde el sacrificio, sino desde la presencia.
Amar no es cargar. Amar es acompañar, sin perderte de ti.
Una persona adulta que se ocupa en exceso de otras… también necesita ser mirada, escuchada y sostenida. También merece descansar.
El cuerpo también guarda esa historia
Muchas veces, esa exigencia emocional también se expresa en el cuerpo: tensiones, ansiedad, insomnio, agotamiento crónico. Por eso, cuando empezás a sanar, no solo lo hacés desde la mente, sino también desde lo energético y corporal.
Un espacio para vos, para volver a tu centro
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